En marzo de 2002 intervine en el congreso de la Confederación Española de Centros Educativos (CECE) formando parte de una mesa redonda en la que también estaban Alfredo Mayorga (Pte. Del Consejo Escolar del Estado), Mª Rosa de la Cierva, Roberto Rey y Valeriano Aldonza (director del C. San Agustín de Santander). Mi ponencia se desarrolló en torno a la conveniencia y eficacia de la participación de los padres a través de los Consejos Escolares de los centros. A pesar de hacer ya bastante tiempo, la cuestión sigue siendo de total actualidad.

El consejo escolar del centro
Es claro que este sistema pretendidamente democrático no ha terminado de cuajar porque ni se presentan candidatos al consejo escolar, ni han proliferado las asociaciones de padres -para fomentar así la revalidad democrática-, ni parece lógico que, entre otros cometidos, el director sea elegido a modo de presidente de gobierno

Buscando antecedentes para preparar esta breve intervención, me he encontrado con algunas sorpresas respecto a la apreciación que se tiene de cómo se concibe en CONCAPA la participación de los padres. Concretamente, el profesor Rafael Feito en la I Conferencia Española de Sociología de la Educación celebrada allá por septiembre de 1990, en su ponencia “CEAPA y CONCAPA: dos modelos de participación de los padres en la gestión escolar”; afirma que “a pesar de la pretendida importancia que se da a la participación en el discurso de la CONCAPA, lo cierto es que ésta es entendida como transmisión de información, y la formación de asociaciones en los centros, en definitiva, no hace mención a la posibilidad de participación real en la toma de decisiones, ya que subyace la idea de que la democracia en la escuela es una fuente potencial de conflictos. Supone arrebatar parcelas de poder al profesorado y sobre todo a la dirección del centro, sea éste público o concertado.” Afirma este profesor de Sociología de la Educación de la Universidad Complutense que ésta es la razón por la que nuestra confederación se opuso al proyecto de los Consejos Escolares.

Esto se decía de la CONCAPA y de la opinión de sus dirigentes en el año 1990, año en el que yo no tenía relación alguna con esta organización. He de confesar también que desconocía la postura institucional de CONCAPA respecto a la cuestión concreta de los Consejos Escolares cuando en el año 1985 se aprobó la LODE. Lo que sí he de manisfestar es que he pisado todos los espacios participativos que un padre puede recorrer en el sistema educativo, dentro y fuera del centro escolar. Desde el aula hasta el Ministerio de Educación.

Con bastante frecuencia se nos suele reprochar a los padres de mi organización un cierto conformismo, incluso docilidad, ante las autoridades de nuestro sector ideológico ya sean políticas, docentes o religiosas. Es un poco aquello de a ver qué decimos no valla a ser que metamos la pata, no valla a ser que alguien se moleste; a la postre, nosotros no sabemos muy bien de qué va esta historia de la educación. Subyace en esta concepción un cierto sesgo utilitarista de nuestra participación. No quisiera de todas formas parecer agorero en mi exposición, pero sí trasmitirles el juicio que yo me he formado sobre el Consejo Escolar de Centro, en el ánimo de que nos sirva de reflexión. Por otra parte, no me sería posible aportar algo distinto en este foro.

Ya en el artículo 26, punto 3, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el que se proyecta solemnemente la opción prioritaria de los padres sobre la educación de los hijos, de una manera formal y categórica se incorpora inmediatamente la idea de participación. Porque al tener que optar los padres, lo más coherente es que esa opción no termine con el hecho de ejercitarla, como la opción de un voto en una campaña electoral. Por el contrario, tal opción, en consecuencia, ha de ir unida a la participación.

Se bascula, por tanto, hacia ese ámbito del que jamás deberíamos habernos desviado cuando nos referimos a la educación: la familia. Algunas instituciones, fundamentalmente aquellas en las que la educación se contempla como algo más que una mera instrucción, y por tanto afectando al niño en todas sus dimensiones, incluida la espiritual, tuvieron siempre presenta la necesaria implicación de la familia en el ámbito escolar.

Toda escuela en sí misma es comunicabilidad, participación. Pero el grado y medida de esa participación la puede y debe facilitar el propio centro escolar. Esta participación ha de estar contemplada en el proyecto educativo del centro. Y, de ninguna manera, ha de suponer una argucia publicitaria para estar bien situados en el ranking del mercado escolar. Debe haber participación, pero ésta no puede convertirse en una argumentación ideológica o de partido trastocando así, radicalmente, todo un sistema educativo. La participación no puede ni debe estar basada en la desconfianza –no sería posible ejercer una verdadera educación– o suponer un subterfugio para justificar una supuesta democratización escolar. Y es que, muchos educadores y familias de buena fe no terminan de saber si la participación que justifica la LODE es un método o es una estrategia.

De cualquier manera, la puesta en vigor de las leyes no lleva aparejada la transformación de la realidad. Introducir cambios en la estructura del sistema, mediante disposiciones legales, no supone un cambio de mentalidad. Quizá esto pueda explicar en parte la baja participación de los padres en las elecciones a los Consejos Escolares, tanto en la red pública como en la privada, que por otra parte ha ido disminuyendo paulatinamente año tras año.

Parece ser que no ha ocurrido lo mismo con los docentes, cuya participación en las elecciones ha sido siempre mayoritaria. Juan Núñez Pérez, en su estudio sobre la participación en la enseñanza no universitaria, subtitulado “Diez años de Consejos Escolares”, ofrece una explicación para esta diferencia de participación según los sectores: “Los profesores a la hora de producirse la votación son citados a un Claustro extraordinario (de asistencia obligatoria) convocado al efecto y cuyo único punto del orden del día es la elección de representantes de profesores en el CE. Ya que asisten al Claustro, sería absurdo, a no ser que se tratara de adoptar una postura de oposición a los CE, no levantarse para votar, aunque sea en blanco, cuando son llamados uno a uno por el secretario del centro. De ahí que se alcancen cuotas de participación elevadísimas. Casi podría decirse que participan porque no tienen más remedio. Probablemente si el procedimiento fuera el mismo que para padres y alumnos, las cifras bajarían ostensiblemente.”

La enorme diferencia de participación entre profesores y padres es a veces utilizada para hacer comparaciones en relación con la distinta legitimidad de la representación. Se argumenta que mientras que los profesores son elegidos por la totalidad del claustro, los padres lo son por un reducido número de colegas por lo cual, los padres representantes no lo son tanto, en cuanto que su elección procede de un escaso número de electores.

El consejo escolar del centro
El lugar natural de confluencia para los padres es el aula. Allí es donde nuestros hijos conviven y donde pasan la mayor parte de las horas del día. Este es el punto de interés que más poder de convocatoria tiene para una gran mayoría de padres. Es el lugar en donde mejor se puede reflexionar sobre las cuestiones cotidianas que afectan a la educación de nuestros hijos. Todo ello liderado por el maestro.

No obstante, la idea de democratizar la escuela a través de la figura de los Consejos Escolares como órganos de autogestión de los centros, es sugerente y fácil de asimilar y admitir por los ciudadanos. Hoy día resultaría muy difícil rechazar esta figura. Incluso se justifica la participación de los alumnos menores de edad, algo realmente novedoso, presentándola como una puesta en contacto de los jóvenes con los procedimientos democráticos. Es decir, se pretende utilizar la dinámica electoral y participativa de los Consejos Escolares como instrumento didáctico.

Sin lugar a dudas, es también sugerente el título de esta mesa redonda. Hablar de responsabilidad compartida tiene mucho tirón desde el punto de vista social, pero también ético e incluso pedagógico. Sin embargo, me pregunto si las responsabilidades han de compartirse. ¿No sería mejor asumirlas?

Con frecuencia se oye decir que los padres hemos hecho dejación de nuestra responsabilidad. Los profesores se quejan de que les encargamos a ellos cuestiones que deberíamos resolver en la familia. Sin embargo, algunos podrían aludir a la debida corresponsabilidad de la escuela en todo lo que respecta a la educación. Hay quienes pensamos que cada parte debe asumir su responsabilidad. El padre debe ejercer su responsabilidad como padre, la madre como madre y el maestro como maestro.

Pensemos ahora por un momento hasta qué punto ha podido influir este espíritu democratizador de la educación, cuyo máximo exponente son los consejos escolares, en la –llamémosla así– pedagogía familiar. Las inseguridades de los padres como educadores de sus hijos, el ¿por qué no va a tener el niño un televisor en su cuarto, si nosotros lo tenemos en el dormitorio?, ¿por qué no se le va a permitir venir un sábado a las dos, las tres o las cuatro de la madrugada, a pesar de sus trece años; aunque sólo sea por no oírle y porque lo hace todo el mundo? Los padres ya no están seguros de nada, todo se supedita a la tolerancia mal entendida, al demagógico planteamiento de la democratización de la educación. Quizá esta concepción ideológica, que ha calado profundamente en la sociedad, podría ser una de las causas del grave problema educativo que hoy día padecemos. Problema que se fragua en el seno familiar, aunque se detecte posteriormente en las aulas a través de sus múltiples síntomas.

Pero es que, además, para los padres, el consejo escolar es algo absolutamente tangencial en sus vidas. Para muchos, el contacto con el centro escolar es escaso, han hablado pocas veces con los profesores y casi siempre a iniciativa de éstos en el desempeño de la acción tutorial. Confiesan su desconocimiento sobre el funcionamiento del centro, por lo que creen que su actuación en el consejo escolar, junto a los profesores que son profesionales de la cuestión, puede aportar poco. Por un lado, es un fastidio tener que desplazarse al centro a votar, cuando además en la mayoría de los casos no saben quienes se presentan y no han recibido información acerca de los programas que ofertan los candidatos. Piensan que la asociación de padres se encargará del asunto. Esto es una evidencia, pero además es una de las conclusiones a las que llega el profesor Juan Nuñez en el estudio citado anteriormente.

He mencionado los programas de los candidatos. Naturalmente, programas electorales. Al parecer, es lo que se pretendía en la LODE: instaurar un “parlamentarismo político” en el sistema educativo. Así sucede cuando se habla de la elección del director en función de unos candidatos y de su programa electoral. También cuando se menciona expresamente la posibilidad de que en un mismo centro existan varias asociaciones de padres o de alumnos. A nivel extraescolar se ha conseguido eficazmente incorporando una fuerte carga ideológica a cada una de las confederaciones de padres. Desde la perspectiva de padre, nunca lo he comprendido porque los intereses de los padres como educadores de sus hijos no pueden ser muy distintos si dejamos al margen las ideologías.

De cualquier manera, es claro que no ha funcionado porque ni se presentan candidatos al consejo escolar, ni han proliferado las asociaciones (salvo por división de las ya existentes y normalmente para conseguir más subvenciones), ni parece lógico que el director sea elegido a modo de presidente de gobierno, si es que alguien es tan osado como para presentarse.

¿Quiero decir con todo esto que no debe existir un punto de encuentro entre los miembros de la comunidad educativa? En absoluto. Este lugar, natural, de confluencia es el aula. Allí es donde nuestros hijos conviven y donde pasan la mayor parte de las horas del día. Este es el punto de interés que más poder de convocatoria tiene para una gran mayoría de padres. Es el lugar en donde mejor se puede reflexionar sobre las cuestiones cotidianas que afectan a la educación de nuestros hijos. Pisando el terreno, contrastando ideas, acciones concretas. Todo ello liderado… ¿por quién mejor que el maestro?

Esta participación a través del aula de nuestro hijo fácilmente habrá provocado, en aquellos que dispongan de tiempo e inquietudes, la motivación necesaria para la autoformación. De esta manera estaremos propiciando una participación, más allá del aula, pero esta vez basada no en la confrontación sino en la colaboración.

Evidentemente, en este planteamiento adquiere una vital importancia el profesor tutor; a quien yo identifico sustancialmente con el maestro. Pero para que no me digan que me meto en cuestiones pedagógicas que no nos incumben a los padres citaré lo que dice Abilio de Gregorio en su último libro “La escuela católica… ¿qué escuela? “La escuela quiere llevar a cabo educación y no solamente enseñanza o adiestramiento, tendrá que buscar, por todos los medios, integrar a los agentes de esa educación profunda en el proceso educativo. Tendrá que planificar y actuar para que su acción de influencia entre en dialogo de intimidades y no se quede en la periferia de la personalidad del educando. La fórmula eficaz tendrá que pasar por la familia, de manera que ésta planifique, junto con la escuela, los estímulos educativos y, en una especie de mutualismo docente, se los refuercen mutuamente”.

Pero también la Congregación para la Educación Católica, en el documento “Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica” hace un énfasis especial en este sentido cuando manifiesta que “Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. La escuela es consciente de ello. Mas no siempre lo son las familias. La escuela, en este caso, asume también el deber de instruirlos. Todo lo que se haga a este respecto será poco. El camino que hay que seguir es el de la apertura, el encuentro y la colaboración.”

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